El seguro de los piratas del Caribe

Todos en cubierta guardaban silencio, para escuchar al vigía. Navegaban de Cádiz a La Habana con las bodegas cargadas de vino y desde hacía una hora tenían un barco siguiendo su estela y acercándose a gran rapidez. El capitán Amaro tenía fija la vista en el barco enemigo, y no necesitaba al vigía para saber que era el propio Barbanegra quien le seguía. Un minuto después se escuchó el grito del vigía: ¡Barabanegra, es la bandera de Barbanegra! Amaro sacó su espada corta, se encomendó al cielo y mandó a sus hombres a por las armas.

El aspecto de Barbanegra asustaba a la propia muerte: alto, fuerte, inteligente, sanguinario, cruel, armado hasta las pestañas, y con un sombrero del que salían como serpientes, unas cuerdas que ardían en sus extremos, lanzando un espeso humo negro, como su larga barba. En una mano la pistola, y en la otra su espada. El barco de Barbanegra se aproximó al de Amaro, sonaron los disparos y, al cesar, comenzó el abordaje. Amaro entró en combate, pero Barbanegra no, observaba a Amaro y estudiaba su forma de combatir. La lucha entre piratas fue cuerpo a cuerpo, y despiadada. Todos sabían que no se harían prisioneros. Cuando Barbanegra vio que la contienda comenzaba a favorecer a los hombres de Amaro, se arrancó las mechas ardientes de su sombrero, y entró en combate buscando directamente a Amaro. Tras parar Amaro todas sus embestidas,  Barbanegra quedó perplejo y retrocedió a la vez que veía a muchos de sus hombres malheridos por cubierta. Miró a los ojos a Amaro y le gritó señalándolo con la espada: ¡nos volveremos a encontrar Amaro, no habrá mar donde te puedas esconder de mi! y Barbanegra ordenó la retirada a sus hombres. El carpintero del barco comenzó a tratar a los heridos, y dio ron a los que tenía que amputarles un brazo o una pierna. Al día siguiente Amaro bajó a la bodega para ver los heridos, alabar su valor, y asegurarles que, en cuanto llegase a tierra y vendiese el cargamento, cobrarían su indemnización.

El seguro de los piratas del Caribe: los piratas del Caribe pactaban un seguro de vida por el que eran indemnizados si sufrían heridas graves en combate, fundamentalmente amputaciones y pérdidas de órganos. Según Gosse, en su libro Historia de la Piratería, el seguro disponía de su propio baremo, y era un buen seguro. Así por la pérdida del brazo derecho, le correspondía al pirata una indemnización mayor que por el izquierdo, aproximadamente sobre los 600 y 500 duros respectivamente. La pérdida de la pierna derecha era indemnizada con 500 duros, y la izquierda con 400 duros. La pérdida de un ojo y de un dedo, 100 duros cada uno. Como ha podido observarse, el baremo sigue reglas muy actuales, indemnizaba con una mayor cantidad la pérdida del brazo derecho, dado que era el más indicado para usar un arma. Curiosamente, la pérdida del ojo o un brazo, no era un impedimento para seguir desempeñando la profesión de pirata. La indemnización les duraba poco a los piratas, dado que nada más recuperarse, se la gastaban en las tabernas y juegos de naipes, posiblemente porque su vida era corta y muy dura.

Amaro Pargo, un corsario famoso, y rico: uno de los piratas más famosos del Caribe fue Amaro Rodríguez Felipe, nacido en 1678 en La Laguna (Tenerife). Se hizo muy rico como comerciante y pirata, llegando a ser muy popular en su tiempo. Obtuvo una patente de corso (documento que concedía un Rey para que el propietario del mismo pudiera atacar con su barco naves o ciudades enemigas), y al parecer luchó contra Barbanegra. Realizó importantes donaciones a los más necesitados, llegó a ser noble y se le consideró un héroe. Murió en 1747, a la edad de 69 años. En breve su leyenda revivirá en un famoso videojuego, y en la actualidad se estudia reconstruir su rostro para elaborar un busto para su ciudad natal.