El guardarraíl rojo

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, un guardarraíl es  una «valla de protección colocada en el borde de una carretera«. Estas barreras pueblan nuestras carreteras y arcenes allá por dónde vamos. Y los que nos desplazamos en moto llevamos mucho tiempo protestando por su existencia y su peligrosidad pasiva.

Protestamos, básicamente, porque para nosotros son un elemento potencialmente peligroso. Un impacto en una caída a más de 30 kilómetros por hora supone casi seguro una lesión grave (amputaciones, paraplejias, etcétera…) y en muchos casos la muerte. No estoy descubriendo Roma con esta afirmación. Mucho hemos dicho ya, muchas quejas y peticiones, muchas manifestaciones, pero la realidad es que la mayoría de nuestras carreteras siguen sin una protección adecuada para los motoristas. Parece como si no contáramos.

En alguna ocasión  he acudido a estas manifestaciones y actos colectivos relacionados con el mundo de la moto, pero hubo una vez que decidí llevar a cabo una protesta en solitario. Ésta es la historia.

En aquella época, cursaba primero de periodismo y tenía una asignatura que se llamaba «Introducción a la publicidad y las relaciones públicas». Para dicha asignatura, debíamos hacer un trabajo que consistía en llevar a cabo una campaña de publicidad. Entonces se me ocurrió que en lugar de fingir que un producto me parecía la “pera limonera” y tratar de ser creativo para intentar venderlo, podía iniciar una campaña contra los guardarraíles de mi zona.

Primer paso: comprar espray de pintura roja y blanca. La idea era simple, se trataba de pintar varios guardarraíles de un entorno urbano en rojo, a modo de sangre,  y dibujar unos muñecos partidos por la mitad en blanco en el suelo, a modo de los monigotes que se hacen alrededor de los muertos en las películas.

Sólo había dos problemas en mi magnífico plan: primero, que pintar guardarraíles es ilegal; y segundo, que se tarda un lustro, por lo menos, en pintar un guardarraíl con un espray. Así que en mi primera noche de aventuras grafiteras casi acabo detenido.

Me encontraba  realizando la que iba a ser mi gran obra, un guardarraíl inmenso en una zona en la que pasan miles de vehículos a diario y sería a la una de la madrugada. En ese momento, pasó por el carril contrario de la carretera un coche, aparentemente normal, que bajó la ventanilla y me preguntó si todo «iba bien». A lo que yo no corto ni perezoso contesté: «fenomenal» y continué con mi obra. Para cuando me quise dar cuenta, el coche estaba parado junto a mí y de él se bajaron dos individuos empuñando pistolas (Sí, no es broma) al grito de: ¡Contra la valla, ponte contra la valla!

Por si a alguien le parece excesivo el tema de las pistolas, debo precisar, que yo vivo en el País Vasco, y hasta hace poco, la gente que se dedicaba a hacer pintadas reivindicativas no era precisamente amistosa.

A continuación se produjo una escena extrañamente familiar: la del poli bueno y el poli malo. El malo, un señor de mediana edad que gritaba sin cesar y me miraba como si en cualquier momento me fuera a arrancar el brazo en el que hasta hace un momento sostenía el espray. El bueno era más joven. Parecía seguir las directrices del otro, pero tenía un tono más relajado y me mostró la placa (eran policía secreta de la Ertzaintza) para que estuviera tranquilo.

Entonces llegó el momento de las explicaciones. Desde el primer momento mi intención fue dejarles claro que yo no pertenecía a la Kale Borroka y que lo único que pretendía era hacer un trabajo para la Universidad. Al principio estas explicaciones les sorprendieron (como es natural) y parecían no acabar de entender lo que estaba pasando, pero de repente, se me ocurrió la frase mágica: ¿Vosotros sabéis a cuanta gente mata esto, señalando al guardarraíl, al año?».

Aquello les cambió la expresión. Nunca lo llegué a saber, porque tampoco me atreví a preguntárselo, pero juraría que al menos uno de ellos era motero. Finalmente me dejaron ir, después de haberme requisado los espray y de hacerme prometer que no pintaría más bajo la amenaza de denunciarme, a lo que lógicamente accedí.

A día de hoy sigo pasando por delante de ese guardarraíl. La mayor parte de la pintura se ha ido con el tiempo, pero la que está en la parte baja de los barrotes todavía persiste. Esos barrotes que por muchos años que hayan pasado nadie ha protegido, y contra los que sinceramente espero que nadie tenga un accidente, porque en caso de tenerlo, habré sido profeta del desastre.

Vssssss