Primero mirar, luego cruzar

Que levante la mano quien se haya librado, cuando era pequeño, del consejo que encabeza estas líneas. Alguno quizás lo recuerde más como un imperativo en boca de nuestros mayores al llegar un paso de peatones. Tal vez ahora seamos nosotros quienes se lo repitamos una y otra vez a nuestros hijos, nietos, sobrinos o alumnos cada vez los vemos aproximarse a un semáforo. Incluso es posible que nuestra sensibilidad acerca de los riesgos haya superado a la de nuestros progenitores cuando sin perder la paciencia nos recordaban una y otra vez “no cruces sin mirar, espera a que el semáforo esté verde para peatones, utiliza los pasos de cebra…”. Muchos nos arrepentimos ahora de no haber sido más comprensivos con nuestros parientes que, con su experiencia, lo único que pretendían era protegernos de los peligros ignotos a esa edad. 

Esto es el mundo de los seguros: «nunca pasa nada… hasta que pasa». Cuando somos jóvenes nos falta experiencia, no hay que verlo como un defecto, es ley de vida. Los expertos, sin embargo, diríamos que han visto de todo, están curados en salud. Esta visión de los acontecimientos es la de los mejores seguros, la de aquellos que auguran lo malo que nos podría pasar y, por tanto, lo que intentan es adelantarse para evitarlo o, al menos, paliar los efectos negativos de un incidente. Esta especie de teoría básica sobre los seguros querría aplicarla a un tipo de decisiones que últimamente se presentan con demasiada frecuencia con la buena intención de ahorrar gastos innecesarios. Me refiero a la tentación de anular pólizas o sencillamente no renovarlas cuando llegue la fecha prevista. La cuestión no es fácil, porque no se trata de recortar por recortar costes. Es fundamental tener criterio a la hora de tomar este tipo de determinaciones en nuestra vida o en el trabajo.

El otro día, un amigo me decía que a él nunca le habían robado en el coche. Le pregunté qué hacía con el ordenador cuando llegaba a algún lugar y lo aparcaba en la calle o en un parking. Me dijo –como si se tratara de una rutina– que nunca lo dejaba en el coche porque sólo pensar en lo que se le complicaría la vida si se quedara sin él, era argumento más que suficiente para llevárselo colgado del hombro. Muy pensativamente me decía: «la verdad es que no sé y no puedo saber si alguna vez me podrían haber robado… supongo que porque nunca le di opción al posible ladrón”.

Esta es la filosofía que hemos de adoptar a la hora de prescindir de algún tipo de seguro. No voy a inducir yo desde aquí a la no contratación de una póliza, pero se supone que mi misión es asesorar ante todo tipo de circunstancias, especialmente ahora que los recursos que llegan a la familias son más que escasos. Por eso mismo, tendremos que movernos con mucho cuidado al analizar nuestra cartera de seguros y estudiar bien si realmente podemos prescindir de alguno sin temor a que el remedio sea peor que la actual situación. No olvidemos que muchos seguros que nos parecen elevados lo que nos alejan es de la ruina –sí, así como suena– en caso de que se produzca una desgracia. Ciertamente no se trata de ser profeta de desgracias pero sería el caso de si, por ejemplo, se incendia nuestra vivienda y en su día decidimos prescindir de esa cláusula porque, siendo realistas, tampoco se queman casa todos los días y menos en nuestro entorno. Sin embargo, si sucede lo que nunca nos sucedió, pasamos al perfil de persona (o familia o empresa) arruinada.

El ejemplo venía al caso porque una de las primas de seguro más extendidas son las coberturas para el hogar. Los daños colaterales al prescindir de un seguro van más allá del daño material evidente que todos alcanzamos a ver. El problema es la cadena de causa-efecto que un accidente no protegido puede generar en nuestras vidas y en la de los seres queridos o personas que, de alguna manera, están vinculadas a nosotros, afectiva o laboralmente, especialmente si su medio de sustento vital dependa de una casa, una oficina o unas instalaciones…

En realidad este planteamiento es aplicable a todo tipo de seguros, desde los más básicos como la vida y la salud o el hogar hasta otros que son medios de vida clave como el coche o los instrumentos de trabajo. Mi consejo es el de nuestros padres: primero mira, después cruza. Es sencillo de entender, incluso de vivir, pero no sé por qué me encuentro cada vez con más gente que primero cruza y luego comprueba que ningún coche le atropelló. Evidentemente, también por desgracia me encuentro con amigos con la vida patas arriba porque, a pesar de todo, se fiaron más de ellos mismo.