Nunca pasa nada… hasta que pasa

“¡Cómo! ¿te vas a poner el cinturón? ¿Qué pasa, eres nuevo al volante? ¿Corremos peligro? Porque si no yo me bajo ya mismo…” A estas alturas nadie razona así, aunque tenga motivos aparentes. Ninguno dice que el hecho de que el conductor se coloque el cinturón sea síntoma de que corre peligro inminente. El razonamiento será todo lo lógico que se quiera desde el punto de vista de los acompañantes, pero es sabido que eso no funciona así. El cinturón de seguridad es una medida absolutamente preventiva que sirve para “por si acaso”.

Lo curioso de este ejemplo es que casi nunca –la mayoría de las veces– hay accidentes. Sin embargo, pasan. No siempre cerca, no a nosotros… pero las estadísticas no mienten: a diario y constantemente se producen percances, más o menos graves, más o menos próximos, con consecuencias de todo tipo: económicas, salud, trabajo, etc.

Puede que consideremos las incidencias desagradables de la vida como posibilidades más propias de la ciencia ficción que de nuestra vida cotidiana; pensamos que se trata de sucesos desagradables pero que solo son reales en las películas. Vivimos ya adultos en la ingenuidad de una infancia feliz donde el entorno está diseñado para que nuestra experiencia vital siga su curso normal sin imprevistos. A esta actitud, los expertos le dan un nombre: inmadurez, falta de realismo con buena dosis de inconsciencia.

Tal vez nos hemos acostumbrado y ni siquiera reflexionamos por qué un niño no se corta con un cuchillo, ni es atropellado, ni desaparece en una zanja… ¿Por qué no sufre accidentes? Por la razonable protección proporcionada por su madre, o por los puntuales consejos de su padre o, quizá, por recomendaciones acertadas que otras personas experimentadas, que tuvieron la suerte de haber pasado antes por ahí, le facilitan una y otra vez.
Los seguros son eso mismo. Están pensados para por si acaso aunque nunca pase nada. Son como el cinturón de seguridad del coche: llevarlo puesto no significa que no pueda producirse un accidente… tampoco por no ponérselo.

Pero si, desgraciadamente, sucede, las consecuencias con o sin cinturón son muy, pero que muy, diferentes.

Pensemos ahora en inundaciones, robos, accidentes laborales y domésticos, deterioro de bienes de todo tipo… ¡Claro, lo normal es que no sucedan estas desgracias en la vida de las personas!; pero si pasan, se pagan muy caro. Esto explica, de alguna manera, por qué realmente los seguros son rentables, verdaderas inversiones. La tranquilidad de proteger algo muy valorado explica que tengamos de la póliza una percepción mucho más positiva de lo que imaginamos. Incluso –o precisamente por eso– cuando no necesitamos acudir a su cobertura.

Es muy importante no engañarse a uno mismo. ¿Cómo reaccionamos ante un precipicio? Cuanto más alto, más distantes. Cuanto más pequeño, más cerca. Un peldaño es un precipicio con poco riesgo, por eso lo bajamos y subimos sin casi peligro. Un acantilado… ¡Qué alto! ¡Qué bonito!
Precisamente por eso mantenemos las distancias: para verlo mejor.

Los seguros –precisamente porque casi nunca pasa nada– nos ayudan a ver la vida con otros ojos. ¿Te lo vas a perder? Que no te pase nada…