El precio de pedir explicaciones

Nunca sabemos cómo va a reaccionar un extraño. Por lo general la mayoría de la gente se comporta de forma más o menos educada cuando se encuentra ante una situación de tensión, pero hay un pequeño grupo que carece de cualquier tipo de empatía y actuará perdiendo los papeles a la más mínima contrariedad, máxime si se cree en una posición de ventaja.

A continuación voy a contar un caso real que me pasó a mí hace no mucho tiempo. Escenario: La carretera, entrada a una gran ciudad. Vehículo: mi moto (aparato con el que te encuentras en una clara situación de indefensión ante cualquier persona dentro de una estructura de metal con cuatro ruedas y una tonelada de peso), cuando un conductor realizó una maniobra peligrosa contra mí. Hasta ahí todo normal. Como acostumbro a hacer en este tipo de situaciones, hice un gesto de desaprobación al conductor para que este fuera consciente de su error. La mayoría de la gente en estos casos levanta la mano a modo de disculpa y ya está, a otra cosa mariposa. Pero el individuo que me encontré aquel día era diferente. Al advertir mi gesto, repitió la maniobra, pero esta vez con una clara intencionalidad, alevosía y pretendiendo amedrentarme.

Perplejo ante el incidente, con la adrenalina disparada y todavía sin dar crédito de la situación que acababa de vivir, me detuve en el semáforo unos metros más adelante. Sin meditarlo demasiado me giré y volví a recriminar con gestos al conductor su actuación. Craso error. Para cuando me quise dar cuenta estaba siendo embestido y arrastrado por el asfalto, aprisionado entre el parachoques del coche y mi moto, hasta que la fortuna quiso que la moto hiciera tope con un badén elevado de un paso de cebra, evitando así que el coche me pasara por encima.

Dos cosas me salvaron aquel día la vida: Las protecciones que irónicamente había colocado a la moto para que no se dañara en caso de caída y me dejaron espacio suficiente para que la moto no me aplastara las piernas y a saber si todo el cuerpo y los peatones que esperaban en el semáforo, que al contemplar el suceso se abalanzaron sobre el vehículo impidiéndole continuar con su agresión. Para ellos no tengo más que palabras de agradecimiento.

El saldo de todo este incidente fue llamativo, al menos para mí. La policía, a partir de lo declarado por los testigos (los peatones que esperaban en el semáforo) escribió en el atestado: “Intento de homicidio utilizando como arma un vehículo a motor”. Pues bien, tuvimos un juicio rápido, y pese a mis cicatrices (las cuales todavía luzco) y la evidente enajenación del acusado, todo su castigo fue ser condenado por una FALTA (que no delito) de lesiones, viéndose obligado a pagarme setecientos euros y el arreglo de la moto.

A lo que quiero llegar con esta pequeña reflexión/historia es que este individuo pese a sus actos probados sigue conduciendo por ahí y yo, al menos, me siento indefenso ante este tipo de energúmenos, porque aquel día estuve a punto de dejarme la vida en la carretera, y todo, por pedir explicaciones. Quizás algún seguro podría incluir la póliza “Anti-energumenos”… es una idea.